RIO DE JANEIRO

Dicen que las ciudades más bonitas del mundo son Ciudad del Cabo, Vancouver y Río de Janeiro. Tengo la suerte de conocer las tres y, en gran medida, comparto esa opinión. Son ciudades con un encanto especial pero yo, por muchas razones, me quedo con Río de Janeiro.
En Ipanema y Copacabana, las más conocidas, uno tiene la sensación de llegar a una ciudad de turismo de sol y playa. Conforme vas descubriendo Río, te das cuenta que la extensión es interminable, está formada por diez montañas, tres de ellas de grandes dimensiones y todas ellas frente al océano, pareciendo haber sido lanzadas por inmensos titanes para protegerse del mar.

Las playas de Río son un hervidero de vida, gente a todas horas y todos los días de la semana. Es imposible aburrirse en la zona. Curiosa y afortunadamente, el comercio no está en la arteria principal al mar, sino en las calles traseras, lo que genera más vida en la zona, siendo una playa urbana.
Nunca imaginamos el impresionante centro histórico de la ciudad, repleto de los edificios que albergan las antiguas instituciones del gobierno. A uno le parece más estar paseando por Lisboa que en una ciudad de Brasil, al contrario que el resto de la ciudad.
A medio viaje decidimos subir al Cristo Redentor, la imagen más famosa de la ciudad y símbolo indiscutible. El Cristo, en piedra blanca, es maravilloso pero la imagen que te deja desde allí, esas colinas a modo de fortaleza natural frente al mar, la gran ciudad y la inmensidad presidida desde ese gran altar natural, te dejan atónito y te dan ganas de gritar “Soy el rey del mundo”.

Te da la sensación de estar
constantemente en una
postal

Al día siguiente subimos el Pan de Azúcar, dos montañas en primera línea de mar que permiten tener la visión opuesta de la ciudad y con la visión del Cristo presidiendo. La subida es en teleférico y hay un segundo que une las dos colinas. Te da la sensación de estar en una postal, y ahí es cuando sabes que Río de Janeiro es una de las ciudades más bonitas del mundo.

Creyendo que lo habíamos visto todo, y locos de felicidad, la última mañana fuimos a ver la catedral de Río. Construida entre 1964 y 1979, desde fuera no es más que un cono de madera cemento y metal que parece un volcán artificial. Parece más un museo de la ciencia que un edificio religioso pero la joya está en su interior. Ese cráter del volcán alberga una enorme cruz de cristal que refleja la luz en el suelo de un inmenso espacio diáfano sin columnas. Nos dejó maravillados y nos fuimos de la ciudad rezando a Dios que algún día nos hiciera volver a Río de Janeiro.

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